"Nadie contrata un seguro de hogar porque cree que nada puede salir mal. Lo contratas —y pagas las correspondientes primas— porque sabes que los riesgos son inevitables y que, si algo sale mal, tienes que poder pagarlo".
En Europa, sin embargo, esperamos hasta que algo sale mal. Mientras crece la necesidad de invertir conjuntamente en seguridad, infraestructuras digitales y resiliencia climática, la Unión Europea sigue empantanada con excepciones temporales y medidas ad hoc.
Como resultado de ello, el presupuesto europeo sigue siendo un anacronismo: alrededor de un tercio se sigue destinando a subvenciones agrícolas del siglo pasado, mientras que los retos actuales más importantes —como la seguridad, la seguridad energética y la soberanía digital— siguen sin financiación suficiente.
Intereses comunes
¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que en Europa existen nuevos intereses públicos y que necesitamos una nueva forma de financiarlos que esté legitimada democráticamente?
Me refiero al gasto colectivo en asuntos públicos que puede financiarse mejor a nivel europeo —porque no lo pueden asumir los Estados miembros por separado o sencillamente porque es más barato asumirlo de manera conjunta—. La seguridad cumple ambos criterios, mientras que la seguridad energética y de las materias primas es mucho más eficiente abordarla de forma conjunta. Es necesario profundizar en la especialización y la cooperación entre países para construir una economía circular y conseguir la independencia energética.
El pasado, no el futuro
Sin embargo, estas cuestiones esenciales solo reciben una pequeña parte del presupuesto europeo, el cual es de por sí bastante reducido si se compara con lo que gastan los países a título individual. Esta situación es de sobra conocida, y se ha puesto de relieve en el informe Draghi y en otras informaciones de la propia Comisión Europea, pero no ha derivado en una nueva estructura presupuestaria. El presupuesto europeo sigue financiando principalmente el pasado, no el futuro.
Cuando por fin nos pongamos de acuerdo sobre los cambios estructurales que debemos abordar a nivel europeo, deberíamos examinar también los ingresos de forma estructural. Quien quiera trabajar con seriedad por conseguir una Europa con futuro tendrá que abordar sí o sí una revisión integral del sistema de ingresos. Hace años que existen ideas al respecto: un impuesto digital, un impuesto sobre las transacciones financieras, un impuesto de sociedades armonizado. Esto no solo garantizaría una financiación más estable y justa, sino que además aliviaría la presión sobre los presupuestos nacionales y dotaría de mayor transparencia las inversiones en bienes públicos europeos. Y, evidentemente, quienes no quieran adoptar este modelo, elegirán la otra alternativa posible: un aumento de las contribuciones de los países a Europa. Una opción para la que ni siquiera los gobiernos más europeístas consiguen el apoyo de sus electores.
Deuda europea
Y ya que estamos, algunos lectores se preguntarán: ¿y qué ha sido de los tan manidos eurobonos? Hay razones para financiar ciertos gastos temporales mediante la financiación conjunta de deuda, como durante la crisis del COVID o para campañas puntuales de inversiones en defensa. Pero la financiación de gastos estructurales mediante deuda es otra historia. Nadie quiere que los mercados financieros vuelvan a entrar en pánico por la deuda europea —pánico que, como sabemos, conduce a la adopción de políticas estúpidas—. El principal contraargumento es que los retos a los que nos enfrentamos no requieren más dinero, sino unas prioridades más claras. Por tanto, la deuda no es el instrumento adecuado.
El actual debate sobre el gasto en defensa —“ReArm Europe”, en la jerga de Bruselas— se centra sobre todo en estirar las normas presupuestarias nacionales y la financiación conjunta parcial. Se está prestando muy poca atención a la adopción de un plan conjunto que defina cómo gastar este dinero. Y, lo que es igual de importante, cualquier nuevo acuerdo de préstamo temporal sin una base democrática clara erosionará aún más la confianza en la UE. ¿Por qué gastar 800.000 millones de euros en defensa y no en la transición energética?
Meros retoques tecnocráticos
Aunque Europa necesita más integración para capear el temporal geopolítico, corre el riesgo de perder su legitimidad si sigue optando por adoptar meros retoques tecnocráticos.
La verdadera amenaza es que el debate se quede a medias por miedo a repercusiones electorales y a agricultores enfadados, que termine con más financiación de deuda y, por tanto, con una mayor erosión democrática e inestabilidad financiera. La realidad geopolítica exige más gasto europeo, sí, pero sobre todo una reafirmación de la solidaridad europea y del control democrático.
Esto ha dejado de ser un debate presupuestario. Se trata de una prueba para la democracia europea. La cuestión no es si invertimos juntos, sino si nos atrevemos a organizarlo de forma honesta, transparente y colectiva. Los que no se atrevan a hacerlo dejarán a Europa sin seguro. Y ya sabemos cómo acabará eso".
Este artículo de opinión ha sido publicado en el periódico holandés Financieel Dagblad.
En un episodio reciente de nuestro podcast Money for Change, Hans Stegeman analiza este tema con Anna Koolstra y Ernst Hobma. Escucha aquí el episodio (en neerlandés).
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