Érase una vez una tarde de noviembre, y no, no era de cuento. Era una de esas tardes en las que el termómetro ya anima a ponerse abrigo y quizá hasta bufanda. Una tarde libre en la que decidí que ya tocaba ‘adelantar’ regalos y esquivar las compras de última hora. Y, si soy sincera, la primera idea que pasó por mi mente fue abrir una de las muchas aplicaciones de tiendas online que tengo en el móvil. Para qué negarlo. ¿Por qué no lo hice? La respuesta es sencilla, pero la explicación un poco más larga.  

Con cariño, a mano y con sonrisa es mejor que en una caja

Me acordé de la bufanda de lana tejida por mi abuela y, sobre todo, de sus manos orgullosas por poder abrigarme un invierno más. Así de sencillo. Ese recuerdo —tan pequeño y, a la vez, tan emocionante— fue el motivo que me llevó a pasar la tarde en busca de ideas de regalo que no llegaran acompañadas de ‘un paquete para…’. 

Y no me malinterpretéis. Esto no va de librar una batalla cuerpo a cuerpo

Mujer tejiendo
La artesanía: la alternativa más cálida a comprar. Foto: Pexels. Miriam Alonso.

contra las plataformas online. Pero sí que creo que el planeta - y nuestra propia salud - merecen un respiro. Un informe realizado por Clean Mobility Collective (CMC) y Stand.earth Research Group (SRG) revela que los envíos mundiales de comercio electrónico pueden llegar a emitir cada año el mismo CO2 que 44 centrales de carbón. Son cifras alarmantes y que ponen sobre la mesa la necesidad de un consumo más consciente.  

Más allá de los datos, y de vuelta a lo sentimental, si aquella bufanda hecha con paciencia y cariño me abriga todavía  tantos años después, ¿qué regalos podrían nacer de mis manos y perdurar en la memoria con el paso del tiempo?  

Con esa pregunta en la cabeza y mucha ilusión, me acerco a acerco a casa de Maricruz Díaz Calderón, madre de dos niñas de tres y cinco años, que reconoce entre risas que en su casa “siempre hay algo entre manos”. Y es que su pasión por las manualidades ha dejado un legado imborrable en unas niñas que llegan a casa expectantes por saber cuál será el proyecto del día. 

Aunque reconoce que no es un camino fácil y que alguna vez recurre a las pantallas como cualquier familia, durante la semana la televisión y los videojuegos permanecen apagados. En su lugar, eligen pintar, dibujar o crear figuras con plastilina. Creatividad y entretenimiento a raudales que, con la llegada de estas fiestas no se diluye, sino que se transforma en bolas de papel para el árbol, dibujos que viajan por correo postal a familiares y amistades, mazapanes caseros con forma de estrella… 

Maricruz se alarma cuando ve a “abrir regalos sin ilusión, con ansia por abrir el siguiente paquete”, mientras elige una crianza alejada del pensamiento materialista. “Muchas cajas y muchos estímulos, pero realmente están vacías”.  

El tiempo es un regalo A la hora de hacer regalos, hace ya unos años que en casa de Maricruz eligen ‘envolver’ experiencias. “En vez de detalles materiales, hacemos cheques para actividades, como una tarde de parque de atracciones, teatro en familia, cine con amigas…”. Para ella, sin duda, es mejor así. Pero  es que también tiene base científica. Ya en 2017, Amit Kumar, psicólogo social e investigador de la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago, explicaba en la BBC que la interacción social genera más felicidad que los regalos materiales. Hablaba de valor intrínseco, de identidad personal, de cómo compartir un momento crea un vínculo emocional más duradero. 

Qué paradoja que el mayor regalo que podamos hacer a nuestros familiares, amistades o pareja sea algo que ya tenemos, ¿no? Salgo de casa de Maricruz con ideas que revolotean en mi cabeza y pienso que quizá el tiempo —ese que siempre sentimos que nos falta— es lo que más necesitamos regalar.  

Para entender por qué, recurro a la mirada de Elena Lozano Rodríguez, psicóloga sanitaria. Su primera reflexión apunta a la publicidad, la validación social y las expectativas. Estamos en una época en la que se mezcla el deseo de agradar con la presión silenciosa por demostrar afecto a través de lo material. “Si regalo el último modelo de teléfono móvil parece que soy mejor pareja que si regalo un jersey cualquiera, por ejemplo. El vínculo se mide en relación con el precio”, asegura. Y ese patrón se intensifica en determinadas fechas, cuando el mercado fija no solo lo que deberíamos comprar, sino también cuándo y cómo. 

La compra online, aliada de la prisa diaria. Foto: Pexels. Ivan S.

Elena explica que el consumo online refuerza valores que hacen mella en nuestras relaciones, como “el individualismo, la inmediatez, la intolerancia”. La ilusión por compartir un regalo se sustituye por “la descarga emocional inmediata de comprar con un clic”. Esa rapidez, añade, se vuelve casi adictiva, automatiza el acto de regalar y puede generar “vacío, ansiedad y una sensación de despersonalización”. 

No hay receta secreta, pero sí ingredientes que nos pueden ayudar. La clave está en frenar, observar y permitirnos tener autoindulgencia. “Nos rodean  campañas que muestran familias perfectas y damos por hecho que deberíamos sentir lo mismo. Pero es una expectativa poco realista”, me dice. “Construir tradiciones más conscientes pasa por validar lo que sentimos, no lo que creemos que deberíamos sentir”. (Reflexión aplicable a cualquier momento del año). 

¿Y si la felicidad estuviera más cerca de lo que pensamos? 

Si hace diez años me hubieran preguntado dónde me gustaría pasar estas fiestas, habría respondido sin dudar que en la pista de patinaje sobre hielo del Rockefeller Center, junto al árbol de Navidad más famoso de Nueva York. Hoy, en cambio, me doy cuenta de que no necesito volar miles de kilómetros para sentir esa emoción y que a veces basta con cruzarme con Ángel, castañero de mi ciudad desde 1980 , en una de esas tardes en las que el vaho sale de la boca y el frío te empuja a acercarte a su brasero. 

La curiosidad me lleva al Observatorio online CO2 de la Cátedra de Ética Ambiental de la Universidad de Alcalá. Allí descubro que subirme a ese avión rumbo a mi viaje soñado generaría 317 kgCO2. Eso solo yo. Y sabemos que los aviones no vuelan precisamente vacíos. Desplazarse es inevitable, de hecho, lo necesitamos para hacer todos esos planes en familia de los que nos hablaba antes Maricruz.  

No hablo de dejar de movernos, sino de evitar desplazamientos innecesarios. Tal vez la felicidad no esté a 3.000 kilómetros en avión, sino a unos pasos de casa. Puede estar, por ejemplo, en ese ajedrez gigante que te obliga a mover las piezas con el peso de tu cuerpo. Sí, has leído bien.  Neusus Urban construye juegos gigantes sostenibles, inclusivos y seguros a partir de neumáticos reciclados. La empresa, ubicada en un pueblo de la provincia de León, no solo da una vida nueva a uno de los mayores residuos del planeta, sino que genera empleo local y demuestra que la innovación y la sostenibilidad pueden convivir con la tradición y el entorno rural.  

Y es que los planes navideños también pasan por los mercadillos con sus puestos tradicionales, donde se mezclan artesanía y gastronomía local. O por exposiciones y visitas interactivas, por cuentacuentos y talleres en bibliotecas y ludotecas municipales… ¿Y si estas fiestas les damos una oportunidad? 

¿Y la cesta de la compra? Cuando bajo a comprar el pan a la tienda de mi barrio siempre charlo un rato con Jesús, el encargado que da vida a la esquina del número 42. Entre risas —porque no nos queda otra— comentamos la subida del precio de alimentos como los huevos, el pescado, los dulces típicos… Una conversación que repetimos más de lo que nos gustaría, sobre todo en estas fechas. No es casualidad porque según la OCU, los productos propios de la Navidad suben cada año, hasta el punto de que en 2024 la cesta de la compra fue un 55 % más cara que en 2015.  En diciembre los alimentos pueden encarecerse hasta un 12 %. 

Me informo un poco más sobre el tema y llego a esta noticia de FACUA: “Se encarecen los bombones, turrones y mantecados: el precio de los dulces navideños ha subido de media un 15% en el último año”. Pensé en la suerte de no tener un paladar demasiado goloso, pero también en que es tradición, ¿no? Incluso quien no es especialmente amante del dulce prueba el roscón, un polvorón o un trocito de turrón.  

Por tradición, por costumbre o por pura inercia social —llámalo como quieras—, en estas fechas solemos llenar la despensa más de la cuenta. Pero hay quien lo vive de otra manera. Olga Rodríguez, cofundadora de Yes Future Positive Supermarket, el primer supermercado sin plásticos del país, lo resume con naturalidad con un sencillo “en Navidad aquí no cambiamos nuestra manera de vender ”. 

Su filosofía es simple y se resume en algo así como que  lo que no tiene sentido en febrero tampoco lo tiene en diciembre. Nada de cintas brillantes, celofanes o lazos de un solo uso. En su lugar, ofrecen regalos conscientes, como cosmética orgánica rellenable, productos de bienestar para el hogar, velas sin tóxicos, kits de bebidas como matcha o golden milk…  

Y, al contrario de lo que ocurre en estas fechas en las grandes superficies, en Yes Future bajan las ventas. “Durante estas semanas se paraliza un poco la consciencia de compra, y el consumo se dispara hacia productos más impulsivos. Aquí no seguimos ese ritmo y por eso facturamos menos”, reconoce Olga. Aun así, mantienen los valores que les dieron origen como la reducción de plásticos, evitar los ultraprocesados, apoyar la producción local y demostrar que otra forma de consumir —más lenta, más coherente, más honesta— es posible. 

Tengo que confesar que todo esto me ha hecho pensar y reflexionar sobre mis hábitos, por momentos que creía rutinarios y también recordar las ganas que tengo de abrir la cesta ecológica y de comercio justo que cada diciembre comparto  con mis compañeras con tanta ilusión. 

 

El impacto de tu dinero

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