El presidente de los EE.UU., Donald Trump, llegó incluso a proponer la compra de Groenlandia, una medida que, aunque ampliamente ridiculizada, señaló la tendencia más profunda y preocupante dela carrera por el control del Ártico.

Rusia ha ampliado su presencia militar y económica en la región, ha reabierto bases militares de la era soviética, ha construido rompehielos nucleares y ha invertido en infraestructuras de petróleo y gas a lo largo de la Ruta del Mar del Norte.

China, por su parte, se ha convertido en un socio clave en los proyectos rusos de gas natural licuado (GNL) en el Ártico, se ha autodefinido como una “potencia casi ártica” y ha invertido en infraestructura y estaciones de investigación dentro de su estrategia de la Ruta de la Seda Polar.

Finlandia, Suecia y Noruega también han aumentado recientemente su actividad en la región, han invertido en infraestructura de uso dual y han reforzado sus capacidades militares en una mayor integración de esta región en las defensas de la OTAN en el norte. Estos pocos ejemplos ilustran cómo la región ártica se ha convertido en una nueva frontera para el control geopolítico.

Matija Kajić, portavoz e investigadora de Triodos Bank y experta en sostenibilidad
Matija Kajić, portavoz e investigadora de Triodos Bank y experta en sostenibilidad

Un ecosistema clave para el planeta

El Océano Ártico Central no es un vacío helado y desolado. Es un ecosistema vivo. Regula el clima del planeta, estabiliza las corrientes atmosféricas y sustenta una red de vida que va desde el fitoplancton hasta las ballenas, las algas marinas a las aves marinas. Este océano desempeña un papel clave en el equilibrio de los sistemas planetarios. También está profundamente vinculado a las vidas y culturas de los pueblos indígenas del Ártico, que dependen de los ritmos oceánicos para su alimentación, tradiciones e identidad. Durante mucho tiempo esas comunidades han sido guardianas cruciales de los ecosistemas del Ártico. Sus demandas no son solo una cuestión de justicia. Su liderazgo aporta conocimientos específicos sobre los patrones estacionales, el comportamiento de las especies y el clima, elementos esenciales para los esfuerzos futuros de mitigación y adaptación.

Sin embargo, actualmente no hacemos lo suficiente. El Ártico se calienta casi cuatro veces más rápido que el resto del planeta. Y justo ahora, cuando es más vulnerable, y a pesar de las advertencias científicas, ecológicas y éticas, las industrias abren la puerta a planes para rutas comerciales y explotación de recursos.

Expansión industrial y amenaza

Quienes defienden el transporte transpolar a través del Océano Ártico a menudo argumentan que las rutas más cortas pueden ayudar a reducir las emisiones. Sin embargo, combatir el cambio climático no se trata solo de reducir emisiones de carbono, sino de tomar decisiones que eviten exponer los ecosistemas a riesgos nuevos. El transporte marítimo en el Ártico introduce contaminación acústica, riesgo de derrames de petróleo y especies invasoras en una región que no está preparada para manejar tales amenazas. Esto pone en peligro el equilibrio delicado de la vida silvestre del Ártico en nombre de una eficiencia en el tiempo de envío y acceso “fácil” a recursos que permitirían que nuestros patrones insostenibles de consumo energético y de recursos continúen sin control.

Aún más preocupante es la amenaza de la minería en aguas profundas. Este método de extracción de minerales del lecho marino no solo es logística y económicamente peligroso, sino también ecológicamente temerario. Por eso, no oponemos a esa práctica y a la perforación de petróleo y gas en el Ártico. Las actividades extractivas, ya sea en el lecho marino o bajo el hielo, son incompatibles con el ecosistema vulnerable y el rápido calentamiento de esta región.

Detener la financiación y el daño

Esta situación exige moderación y responsabilidad. El sector financiero tiene un papel decisivo que desempeñar. Los bancos, entidades de inversión y aseguradoras deben establecer como línea clara no financiar ni facilitar la minería en aguas profundas ni la expansión del tráfico marítimo transpolar en el Océano Ártico Central. Instamos a los gobiernos a tomar medidas durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, que se celebra estos días en Niza, para comprometerse a cumplir el objetivo 30x30, dirigido a proteger el 30 % de los océanos y tierras del mundo para 2030. En el Ártico ese compromiso ayudaría a acelerar la creación de una red sólida de áreas marinas protegidas y conservadas. Apoyar el Tratado de Alta Mar (BBNJ) es un paso esencial para lograr ese objetivo e iniciativas como ArcNet del WWF ofrecen una hoja de ruta científica para establecer esas áreas de protección y conservación.

El tratado de la Alianza para Alta Mar necesita tiene que ser ratificado por muchos más países. Ahora es el momento de proteger las aguas internacionales de las industrias extractivas y asegurar su preservación a largo plazo. Si actuamos ya podremos mantener intacta esa región vital. Si vacilamos, la industria expandirá su explotación y las generaciones futuras pagarán el precio.