José Ángel Navarro, director de certificación de CAAE, presentó el concepto en el marco del Biofruit Congress, el 8º congreso internacional sobre demanda orgánica y oferta sostenible. “Cualquiera puede usar la palabra regenerativo. Hay quienes la emplean para vender herbicidas ‘que no dañan’ el suelo y eso no es verdad”, advierte Navarro. Su diagnóstico se refiere a un término desprotegido hasta ahora y sujeto a expropiaciones lingüísticas que en el fondo vacían de sentido lo regenerativo. 

Desde esa perspectiva, Navarro abre el que llama “paraguas ecológico” —el Reglamento europeo de Producción Ecológica— y propone complementarlo. En su visión, compartida las personas expertas del sector, una finca eco-regenerativa ha de devolver vida al suelo, al agua y a la biodiversidad. Y para eso tiene que cumplir compromisos que se puedan verificar. “Lo ecológico ya prohíbe herbicidas, exige mantener la fertilidad. Pero no dice cómo. Con esta certificación definimos cómo. La orientación es establecer esas prácticas de forma concreta: optimizar cubiertas vegetales, intentar utilizar la materia orgánica, evitar erosionar el suelo o destruir ecosistemas, fomentar la biodiversidad…”, explica Navarro. 

Vista general de uno de los pabellones de Fruit Attraction 2025
Vista general de uno de los pabellones de Fruit Attraction 2025. Foto: Fruit Attraction

Detrás de esa lista técnica hay un relato más grande que ve la agricultura como parte del remedio frente a la degradación ambiental, una elección que implica que el campo recupere su papel de aliado del clima. Los suelos españoles pierden carbono, están más erosionados y pierden estructura año tras año. En regiones como el Altiplano de Granada y Almería —territorio de AlVelAl—, ese desgaste amenaza con volver inviable la agricultura convencional. Este sello llega allí con el propósito de convertirse en un guía para quien quiere ir más lejos en la producción sin agredir. 

Establecer un estándar regenerativo no es una tarea fácil. Navarro subraya que la certificación exige evidencias científicasy agronómicas, que incluyen el crecimiento de materia orgánica, mejor infiltración de agua, indicadores de fauna beneficiosa o existencia de zonas de reserva natural en la finca. “Cuando vamos a una inspección de orgánicos no tenemos una lista  que diga: "contar insectos". Aquí ya pretendemos entrar en profundidad, si hay una zona de biodiversidad, por ejemplo, con algún tipo de planta, con algún tipo de zona no cultivada, donde haya charcas, todo esto se intenta fijar ya de alguna manera. Digamos que el ecológico es el paraguas y profundizamos en aspectos relacionados con la biodiversidad y también con el cuidado y la mejora del suelo”, puntualiza. Además, la operación incorpora un mecanismo de trazabilidad y control. Cada vez que se vende parte de su cosecha certificada —por ejemplo, almendras o aceite—, la certificadora emite un documento específico para esa operación, un certificado parcial que registra la cantidad vendida y la persona compradora. Esa cifra se descuenta del volumen total autorizado en la finca. De ese modo, se impide que se declare más de lo que realmente se cultiva o que se mezcle producto convencional con el eco-regenerativo. En la práctica, cada lote que sale de una explotación deja un rastro verificable, una especie de “huella ambiental” que garantiza a quien consume que lo que llega a sus manos procede realmente de una finca eco-regenerativa. 

El modelo no pretende competir con el sello ecológico, más bien mejorarlo. “Para poder usar ‘eco’ la finca debe estar certificada como ecológica. Luego quiere escalar hacia lo regenerativo”, dice Navarro. Su ambición no termina en una etiqueta privada. “Lo ideal sería que la administración lo protegiera, al igual que lo están los términos ecológico, biológico y orgánico, y de esa forma se permitiera su uso solo a quienes cumplen las condiciones”, sentencia el especialista.   

La tentación del greenwashing es real. Por eso Navarro insiste en que solo se puede llamar regenerativo aquello que cumpla prácticas que se puedan verificar y que los controles sean rigurosos. En este sentido, la certificación actúa como guardián del término y establece barreras frente a quienes lo usen solo como reclamo. 

Para muchas personas o explotaciones agrícolas puede parecer un salto arriesgado. Navarro afirma que los costes no son mayores que los de una explotación ecológica —la diferencia está en el esfuerzo y el conocimiento—, pero el retorno puede tardar en gestarse. Las mejoras estructurales, la reducción de gastos externos y la resiliencia frente a plagas y sequías son promesas que se cumplen a medio plazo. La condición es que el mercado acompañe el precio con integridad y las personas consumidoras deben estar dispuestas a pagar más que por un producto, por una impronta regenerativa. En la defensa de lo eco-regenerativo, Navarro no olvida el rol de las finanzas éticas porque “cuando compras un producto regenerativo, no solo eliges salud, también votas con el bolsillo por un modelo de producción que cuida el planeta”, asegura. Aquí se entrelazan las dinámicas agrícolas y la banca responsable. 

¿Será posible que dentro de dos décadas lo regenerativo deje de llamarse así y se convierta en norma? Navarro cree que sí: “Quizás dentro de veinte años el término “regenerativo” ya esté plenamente integrado en la agricultura ecológica, como una categoría reconocida o incluso como norma general. Y lo que hoy parece un sello innovador será simplemente la manera correcta de producir”. 

La presentación de este sello en Fruit Attraction responde a un momento en el que los sistemas agrícolas globales están bajo escrutinio. Los estudios alertan de que los alimentos son responsables del 80 % de la deforestación planetaria, y buena parte de las emisiones agrícolas aún dependen de fertilizantes químicos y monocultivos intensivos (según análisis en El futuro del planeta se decide en la mesa). En ese panorama, iniciativas como la Certificación Eco-regenerativa emergen como propuestas de transición, ni siquiera de perfección. No se trata de idealismo ni de romanticismo del campo. Es una reivindicación práctica. “Regenerar la tierra es cultivar el mañana”, repite Navarro, y en ese lema late la idea de que producir alimentos será compatible con restaurar ecosistemas. Si logra arraigar, esta norma quizá represente uno de los avances más decisivos en el cruce entre producción agroalimentaria y salud del planeta en la España de la próxima década.