Vivimos ajetreados por el trabajo, las tareas del hogar, las actividades personales… Y, por falta de tiempo, de ganas o de entusiasmo, lo cierto es que cada vez dedicamos menos parte de nuestro tiempo a cocinar en casa. Concretamente, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), “el 84% de los españoles no tiene tiempo para cocinar”.

Tanto es así que, en un futuro, no podemos descartar que las cocinas desaparezcan de nuestras casas. De hecho, en 2016, la arquitecta barcelonesa Anna Puigjaner desarrolló un proyecto de viviendas sin cocina que fue dotado con 100.000 dólares por la Universidad de Harvard. Y, en grandes ciudades de países como Japón o Estados Unidos, no es extraño encontrarse con este tipo de hogares sin cocina.

La alternativa creciente es la comida precocinada o las aplicaciones de servicio a domicilio. Según la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), el 43% de los españoles compra comida preparada mientras que el 31% la pide a domicilio.

Pero, ¿qué nos estamos perdiendo cuando dejamos de cocinar?

1. Perdemos consciencia sobre el origen de los alimentos

Hacer la compra nos permite conocer la procedencia de los alimentos que elegimos, es decir, de dónde vienen y qué procesos se han empleado para su elaboración. Podemos elegir productos locales y de temporada, e incluso de agricultura de comercio justo o de producción ecológica.

De esta manera, nos aseguramos de que estamos fomentando un comercio socialmente responsable, en el que el productor recibe una retribución justa, y un proceso de producción respetuoso con el medio ambiente.

“Hay todo un tema de sostenibilidad y economía en relación con la alimentación, pero también hay una cuestión de arraigo, de estar en sintonía con mi entorno si me alimento de productos locales y de la estación”, sostiene Rosa Montells, directora de L’Alzina de Collbató, una masía tradicional, situada en el entorno del Parque Natural de Montserrat, que cuenta con financiación de Triodos Bank para la realización de actividades de crecimiento personal, culturales y cursos de fin de semana

2. Desconocemos el valor nutritivo de lo que comemos

Asimismo, cuando hacemos la compra, podemos leer las etiquetas de los alimentos y ver la cantidad de aditivos, calorías, azúcares o grasas que contienen. Tenemos un control más real de lo que comemos. Los alimentos precocinados o los platos preparados en los restaurantes suelen llevar cantidades excesivas de sal o de grasas saturadas.

“Una alimentación que se sustenta en comer fuera de casa, en precocinados o en comida rápida, supone ceder nuestro poder sobre los alimentos que ingerimos. Perdemos el control sobre los aditivos y substancias ajenas a los alimentos, las semillas y los procesos tecnológicos que intervienen”, opina Montells.

3. Desaprovechamos la oportunidad de reforzar lazos personales

Cocinar puede ser un buen momento para evadirnos de las tensiones del día y dar rienda suelta a nuestra creatividad al utilizar nuestras propias manos para elaborar los platos. Rosa asegura que no somos conscientes de la vinculación emocional tan fuerte que tenemos con los alimentos: “Hacer conscientes nuestros asuntos íntimos con la comida es todo un viaje de crecimiento personal”.

Por otro lado, cocinar en casa nos permite pasar más tiempo en familia y trabajar en equipo. Por ejemplo, unos pueden preparar el plato principal mientras otros ayudan con la guarnición. Además, es una oportunidad perfecta para enseñarles a nuestros hijos buenos hábitos alimenticios.

No pasa nada por comer fuera de vez en cuando. Pero, tal y como opina Rosa, “si esta práctica se convierte en habitual, hay algo de nuestro poder personal que ponemos en riesgo”.

Foto: Moyan Brenn, licencia CC BY 2.0