El otro día bromeaba con un compañero del banco sobre el título de este artículo. “Acompañar” es un término manido cuando uno habla de la relación entre una empresa y sus clientes. Pero, cómo lees, he querido mantenerlo porque en este caso lo de acompañar es literal. Y bidireccional, diría yo. Dicho lo anterior, me voy a presentar. Soy Antonio Martínez, responsable del sector social en Triodos Bank, y os voy a contar mi experiencia de acompañamiento en el Camino de Santiago a personas con diversidad funcional intelectual y sus cuidadores/as. Y cómo ellas me acompañaron a mí.

Esta experiencia (atención al spoiler: maravillosa) nació a principios de 2023, cuando un grupo de amigos con relación con la residencia Virgen del Socorro (Tíjola, Almería) para personas con discapacidad psíquica hablamos de la posibilidad de recorrer el camino de Santiago con los y las residentes que quisieran apuntarse. Y fuimos efectivos, he de decir, porque enseguida comenzamos a planear temas logísticos y, algo no menor, valorar de qué manera conseguir patrocinio para que la actividad no les costara dinero ni a las familias ni a los/as cuidadores/as. Dicho esto, os puedo confesar que me viene a la cabeza la idea de “todo rodado”. Nada más poner en marcha el proyecto nos dimos cuenta de que lo íbamos a llevar a cabo: las ganas, la energía que nos encontramos y el boca a boca que se generó nos llevaron en volandas a la primera etapa del camino.

Pero quiero hablar un poco más de estas “volandas”. En este caso, son sinónimo de ilusión. Lo primero que nos sorprendió nada más proponer la experiencia a la residencia fue la respuesta positiva de todas las personas residentes, que se mantuvo durante los meses de preparación. Podría decir que empezaron el camino desde que dijeron que sí a la propuesta, que se convirtió en un tema de conversación recurrente en su día a día y hasta una motivación. Y se pusieron a entrenar para llegar en buena forma a la salida. La emoción ante la “aventura” también la sintieron aquellas personas y organizaciones a las que les pedimos colaboración. Los y las cuidadoras, las familias, la administración de la residencia, diferentes administraciones públicas y la Fundación María Fernández se unieron a esta iniciativa para hacerla posible.

Como este es un testimonio contado en primera persona os voy a hablar de lo que me he llevado de la actividad. Si echo la vista atrás veo fácilmente todo lo enriquecido que he salido de estos días de camino y también de la preparación. Ha sido una experiencia plena en lo mental, espiritual y social, que no olvidaré. He aprendido a convivir de verdad, a no solo proteger sino sentirme protegido, a ver la discapacidad como algo natural y a hacer cosas por los y las demás igual que los y las demás las hacen por mí. También me quedo con nuevas amistades a las que echo de menos cuando salgo al campo solo. Cuando encuentro el momento adecuado, me acerco con mis hijos a pasar un rato con las personas con las que compartí estos días y es maravilloso.

Os puedo contar también que la exigencia física ha sido alta y la mental a veces también. Tanto yo como el resto de voluntarios/as y cuidadores/as hemos prestado toda nuestra atención a los y las chavales/as, y esto ha implicado que las etapas de 20 km a veces se duplicasen por las idas y vueltas que nos tocaba hacer. Pero qué os voy a contar. Momentos como los desayunos, los almuerzos o las cenas, por ejemplo, todos/as juntos/as, se convertían en espectáculos de gratitud de las personas con discapacidad hacia las que acompañábamos y al revés también. Erróneamente pensaba, antes de empezar, que la relación con los/as usuarios/as de la residencia iba a ser de otra manera. Más ligera, por así decirlo. Y no, hemos tenido conversaciones geniales y una convivencia plena. Esto, que es el gran tabú que hay en torno a la discapacidad psíquica, es muy diferente en la realidad.

Si me preguntarais por el súper momento del viaje, lo tengo claro. Cuando llegamos a Santiago cruzamos el arco con un sonido envolvente que producían unos gaiteros que andaban por allí. En ese momento miré las caras de los chicos y las chicas y las señales del cansancio evidente se mezclaban con las de felicidad y las lágrimas que corrían por sus mejillas. Todo esto en medio de la plaza del Obradoiro y con una luz preciosa. Parecía preparado para rodar el final de una película.

Pero no, no es el final. O al menos lo que sí puede pasar es que haya una o varias secuelas. Os voy a confesar una exclusiva. Estamos preparando ya una peregrinación más amplia para llegar a Covadonga (Asturias) en 2024. Y espero que en esta nueva aventura se repita todo lo que hemos vivido en esta menos una cosa: ya me las arreglaré para no volver desde allí con la furgoneta asistida porque este año lo he hecho y el recorrido se me hizo largo. Justo tan largo como corto se me hizo el camino recorrido durante todos los días previos.

Y nada. Que podría decir muchas cosas para terminar este testimonio (que en realidad acaba de empezar), pero prefiero finalizar con algo fácil de entender: gracias a todos y todas por conseguir que después de recorrer el camino sea una persona mejor y más completa. Es culpa vuestra.